jueves, 29 de octubre de 2015

¿Y el jamón? ¿Carne procesada?


 
Fuente: El Mundo

Según el comunicado alimentario  emitido por la OMS (Organización Mundial de la Salud) esta misma semana, sobre  el riesgo en el consumo de carnes procesadas y que no ha tardado en ser rebatido desde el sector de las cárnicas por su carácter alarmante, el jamón, nuestro jamón, quedaría incluido dentro de aquellos productos perjudiciales, según aquella organización, debiendo consumirse ocasionalmente y de forma moderada.

Pero, ¿cómo es posible? Ese producto, estandarte de nuestras despensas y baluarte de la sana alimentación. Tal y como expuso a El Mundo el catedrático del Instituto de Nutrición y Tecnología de Alimentación de la Universidad de Granada, D. Emilio Martínez de Victoria, la grasa de animales rumiantes es mucho más rica en ácidos grasos saturados que la de los cerdos, y si estos últimos son ibéricos, que se alimentan con bellotas, menos grasas, y si además son “montaneros” de los que caminan mucho, mucha menos grasa y mucho más músculo contienen.

En cualquier caso, al ser efectivamente carne procesada (ya que se somete a un  proceso de salazón, post-salado, secado y madurado), el jamón, en pequeñas cantidades, puede consumirse sin problemas entre 2 y 3 veces por semana. No obstante, cabe destacar que no se trata éste de un proceso industrial, sino más bien natural, tal y como señala Miguel Ángel Martínez Olmos, endocrinólogo especialista del Centro de Investigación Biomédica en Red Fisiopatológía de la Obesidad y la Nutrición (CIBEROBN).

Una de las grandes ventajas del jamón con respecto a otras carnes es que éste no precisa su cocinado, momento durante el cual la mayoría de las carnes, al quemar sus proteínas producen “nitrosaminas”, que si resultan dañinas. Los productos ahumados también contienen nitrosaminas.

No obstante, el jamón ibérico constituye un elemento individual dentro del grupo en el que se pretende genéricamente clasificarlo. Precisamente dos estudios, desarrollados en el Hospital Universitario Ramón y Cajal de Madrid, desembocaron en apuntar los beneficios para nuestro sistema cardiovascular al consumir tanto  jamón de cebo como  de bellota, mejorando los vasos sanguíneos y la tensión arterial. También estas variedades de jamón, según aquellas investigaciones, contienen proteínas de las consideradas buenas, además de ser ricas en vitaminas liposolubles, minerales y ácidos grasos monoinsaturados, como el ácido oleico, presente en el aceite de oliva, componente por el que en ocasiones se llama a aquellos cerdos ibéricos, “olivos con patas”. También, este tipo de jamones, contienen polifenoles que suponen una gran  fuente de antioxidantes para nuestro organismo que mejoran la función endotelial, junto con antiinflamatorios a nivel vascular. Según aquellos estudios clínicos, el consumo de estas dos variedades de jamones no cambió el perfil de los lípidos ni de los triglicéridos (que son aumentados por el embutido) de los participantes en los ensayos y redujo su tensión arterial.

Así pues, a pesar de que quieran incluir al jamón en el mismo saco que al resto de las carnes procesadas, otras especificaciones médicas contrastadas despejan sin ninguna duda, a mi parecer, el San Benito que se quiere adjudicar a  este popular producto, fruto de un cuidado y natural proceso, característico de nuestra cultura más tradicional, siendo como decíamos, los jamones de cebo y de bellota los que se llevan la palma en cuanto a beneficios y propiedades saludables para nuestra alimentación, aunque debamos seguir las pautas de consumo que, prudentemente, nos indican los expertos.


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